jueves, 27 de mayo de 2010

Rv: No. 137, Festival de Poesía de Bogotá



--- El lun, 24/5/10, confabulacion43 <confabulacion43@gmail.com> escribió:

De: confabulacion43 <confabulacion43@gmail.com>
Asunto: No. 137, Festival de Poesía de Bogotá
Para: comunpresencia@yahoo.com
Fecha: lunes, 24 de mayo, 2010 12:48



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ConfabulacionInternet

 

DIRECTOR: Iván Beltrán Castillo. EDITORES: Amparo Osorio, Gonzalo Márquez Cristo. COMITÉ EDITORIAL: Mauricio Contreras, Rafael Ortega Lleras, Marcos Fabián Herrera, Fabio Jurado Valencia, Olga Sanmartín. CONFABULADORES: Óscar Collazos, Jotamario Arbeláez, Maldoror, Chócolo, Fabio Martínez, Freddy González, Gustavo Tatis Guerra, José Chalarca, Sergio Trujillo Béjar, Germán Villamizar, Argemiro Menco Mendoza, Carlos Fajardo, Guillermo Bustamante Zamudio, Hernando Guerra Tovar, Profesor Martínez Guerrero. EN EL EXTERIOR: Alfredo Fressia (Brasil); Antonio Correa, Iván Oñate (Ecuador); Marco Antonio Campos, José Ángel Leyva (México); Luis Alejandro Contreras, Benito Mieses, Hermes Vargas (Venezuela); Renato Sandoval (Perú); Efer Arocha, Jorge Torres, Jorge Nájar, Eduardo García Aguilar (Francia); Marta L. Canfield, Gabriel Impaglione (Italia); Luis Bravo (Uruguay); Armando Rodríguez Ballesteros (Costa Rica).

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18 Festival Internacional de Poesía de Bogotá

 

Del 24 al 28 de mayo la Revista Ulrika, dirigida por Rafael del Castillo, realizará la versión décimo octava de su festival internacional que contará con la participación de autores como: Rafael Cadenas (Venezuela), Ledo Ivo (Brasil), Marco Antonio Campos (México), Ida Vitale (Uruguay), José Angel Leyva (México), Jaime Quezada (Chile), Antonio Porpetta (España), y de los colombianos: Álvaro Rodríguez, Nicolás Suescún, Armando Rodríguez Ballesteros, Miguel Méndez Camacho, Fernando Linero, José Luis Díaz-Granados, Jotamario Arbeláez, Hernán Vargas Carreño, Federico Díaz-Granados, entre otros.

 

El lunes 24 de mayo a las 5 pm, se inaugurará el Festival en la biblioteca del Gimnasio Moderno (Cra. 9 con calle 74, Bogotá) con el evento  Revistas Independientes de Poesía, donde participarán José Angel Leyva (La Otra), Gustavo Adolfo Garcés (Ulrika), Amparo Osorio y Gonzalo Márquez Cristo (Común Presencia), además de Ledo Ivo, Ida Vitale y Juan Calzadilla. Los escritores programados realizarán una breve lectura poética para culminar su participación.

 

A las 7 pm se rendirá tributo al colombiano Álvaro Rodríguez, quien es el poeta homenajeado en esta versión 18 del Festival Internacional. Aquí una muestra de algunas de las más destacadas voces que visitan Colombia con motivo de este encuentro de la perturbadora palabra poética.

  

 

RAFAEL CADENAS

 

Rafael_CadenasPoeta, traductor y catedrático venezolano nacido en Barquisimeto, Lara, en 1930. Por su militancia comunista se exilió en Trinidad  y regresó a Venezuela en 1957. Trabajó como profesor de literatura inglesa y española. Ha traducido a Lawrence, Nijinski, Whitman, Cavafy y otros.  Autor de: Los cuadernos del destierro (1960), Falsas maniobras (1966), Memorial (1977), Intemperie (1977), Anotaciones (1983), Amante (1983), Dichos (1992), Gestiones  (1992). Recibió la beca Guggenheim en 1986 y el doctorado Honoris Causa de la Universidad Central de Venezuela. Su obra ha sido galardonada con el Premio Nacional de Ensayo en 1984,  el Premio Nacional de Literatura en 1985  y el Premio San Juan de la Cruz en 1991

 

 

YO VISITÉ LA TIERRA DE LUZ BLANDA

Anduve entre melones y hierbas marinas, comí frutas traídas por sacerdotisas adolescentes, palpé árboles

de savia roja como ladrillo que moraban junto a la tumba de un príncipe, vi viejos catafalcos de gobernadores

guardados por lentas palmas. Por los contornos había raíces en forma de tazones donde los monos mitigaban la sed.

Pasé un día cerca del lugar donde duermen los ahorcados.

Era la época en que los brujos habían partido a los campos de arroz destruyendo todos los talismanes.

En las calles vistosas doncellas oscuras danzaban.
Entonces los capitanes bajaban de los ojos para explorar la ciudad.

De este viaje más allá de los presuntos límites sólo conservo alguna que otra estrella de mar, varios retratos -ella y yo-

y un peregrino cofre que encontré en el barco durante la travesía.

De aquel idioma y de mis pasos por la tierra dicha no existe imagen que esté hoy extinguida. Los veleros tocan a las puertas

del aire donde persisto. La luz me trae delfines muertos. Tu olor reconquista el estremecimiento.

 

 

 

LEDO IVO

(Maceió, Brasil, 1924).  Es una de las figuras más destacadas de la moderna literatura brasileña. La crítica literaria lo considera la figura más representativa de la Generación del 45. Autor de los poemarios: As imaginacoes (1944), Oda y elegía (1945), Ode ao crepúsculo (1948), La ciudad y los días (1957), Linguajem (1966), Estación Central (1968), Poesía Observada (1967), Las islas inacabadas (1985), Crepúsculo civil (1990), Curral de peixe (1995), Nocturno romano (1997).

 

 

CLARIDAD

 

Toda mi claridad es noche oscura,

sol negro desviado por un muro

blanco de cal, rayo que apaga el sol,

luz que ofusca, siendo tiniebla y luz.

 

A las estrellas les reclamo que iluminen

el papel blanco de mi largo día,

el grafito que ensucie el blanco muro

del sol que, siendo noche, me alumbra.

 

Cuanta más luz procuro, más oscuro

me vuelvo en pleno día, y más me asombran

las sombras que se juntan en el arrebol.

 

Recurro a la noche si quiero mostrar

las fracturas expuestas de mi ser.

Y si quiero esconderme, busco el sol.

 

 

 

MARCO ANTONIO CAMPOS

(México, D. F., 1949). Poeta, narrador, ensayista y traductor. Autor de: Muertos y disfraces (1974), Una seña en la sepultura (1978), Monólogos (1985), La ceniza en la frente (1979), Los adioses del forastero (1996) y Viernes en Jerusalén (2005). Ha traducido libros de Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud, André Gide, Antonin Artaud, Roger Munier, Emile Nelligan, Gaston Miron, Gatien Lapointe, Umberto Saba, Vincenzo Cardarelli, Giuseppe Ungaretti, Salvatore Quasimodo, Georg Trakl, Reiner Kunze, Carlos Drummond de Andrade. Ha obtenido los premios Xavier Villaurrutia (1992) y Nezahualcóyotl (2005), en México, y en España el Premio Casa de América (2005). En 2004 se le distinguió con la Medalla Presidencial Centenario de Pablo Neruda otorgada por el gobierno de Chile.

 

 

SE ESCRIBE

Se escribe contra toda inocencia

del clavel o el lirio, contra el aire

inane del jardín, contra palabras

que hacen juegos vacíos, contra una estética

de vals vienés o parnasianas nubes.

Se escribe abriéndose las venas

hasta que el grito calla, con llanto ácido

que nace de pronto pues imposible

nos era contenerlo, con luz dura

como rabia azul, quemado el rostro,

destrozada el alma, desde una rama

frágil al borde del precipicio,

Se escribe.

 

 

 

IDA VITALE

Poeta y crítica uruguaya nacida en Montevideo en 1924. Fue profesora de literatura hasta 1973 cuando la dictadura la forzó al exilio. Vivió en México de 1974 a 1984, radicándose definitivamente  en Austin, Texas, desde 1989. Además de poeta, es autora de artículos periodísticos y de crítica literaria, así como de numerosas traducciones. Parte de su obra está contenida en los siguientes volúmenes: La luz de esta memoria (1949), Palabra dada (1953), Cada uno en su noche (1960), Oidor andante (1972),  Jardín de sílice (1980), Parvo reino (1984),  Sueños de la constancia (1988), Procura de lo imposible (1998), Reducción del infinito (2002),  Plantas y animales (2003), y El Abc de Byobu (2005).

 

 

OBSTÁCULOS LENTOS

Si el poema de este atardecer
fuese la piedra mineral
que cae hacia un imán
en un resguardo hondísimo;

si fuese un fruto necesario
para el hambre de alguien,
y maduraran puntuales
el hambre y el poema;

si fuese el pájaro que vive por su ala,
si fuese el ala que sustenta al pájaro,
si cerca hubiese un mar
y el grito de gaviotas del crepúsculo
diese la hora esperada;

si a los helechos de hoy
-no los que guarda fósiles el tiempo--
los mantuviese verdes mi palabra;
si todo fuese natural y amable...

Pero los itinerarios inseguros
se diseminan sin sentido preciso.
Nos hemos vuelto nómades,
sin esplendores en la travesía,
ni dirección adentro del poema.

 

 

 

JOSÉ ANGEL LEYVA

(Durango, México, 1958). Es director general de la revista La Otra. Obtuvo el premio nacional de poesía "Olga Arias" (Gobierno de Durango-Bellas Artes) con el libro Entresueños, en 1990, y el Nacional de Poesía convocado por la Universidad Veracruzana, en 1994. En 1999 recibió el premio del XXIX Certamen Nacional de Periodismo. Autor de: Botellas de sed (1988), Catulo en el Destierro (1993; reedición en Verdehalago-CONACULTA, Col. La Centena, 2006, y L'Oreille du Loup, París, Francia, 2008),  Entresueños (1996), El Espinazo del Diablo (1998), Aguja, (2009). También de la novela: La noche del jabalí (2002) y de Versos comunicantes (Poetas entrevistan a poetas iberoamericanos) 2001. Libros suyos han sido traducidos al francés, inglés, portugués e italiano.

 

 

IMAGEN
En plena abstinencia de figuras tuve un sueño
Imágenes mudas alzaban luz
vida y muerte en lengua simultánea
Era el silencio del soñante o de un proyector
de cine que ventilaba los pulmones
Palabras carnívoras
hambrientas de color de nombre
Era la forma balbuceante de la letra
El verbo fue primero
luego la imagen valió más que mil palabras

 

 

 

Pisadas en la niebla

 

Pisadas-en-la-niebla

 

De la antología de nuevos cuentistas boyacenses Pisadas en la niebla, publicamos el texto introductorio del libro escrito por Carlos Castillo Quintero, compilador de este volumen editado por la Colección Los Conjurados, y a continuación uno de los notables cuentos que lo integran de la autoría de Luis Antonio Rodríguez titulado "La casa".

 

Tunja es una ciudad de niebla, invadida por una misteriosa legión de nubes muy bajas durante los minutos que anteceden al crepúsculo o al amanecer. También es una ciudad literaria: aquí escribió Don Juan de Castellanos la parte esencial de sus Elegías y Sor Josefa del Castillo sus apasionados versos.

No hay faros antiniebla en esta ciudad. En la Plaza de Bolívar hay una torre, pero es una torre ciega que se niega a orientar a los que vienen de la noche.

—¿Las escuchas? –pregunta alguien.

Pero ahí están esas Pisadas en la niebla. Están los escritores que desde hace siglos recorren estos parajes, señalándole a los desprevenidos transeúntes que la literatura vale la pena porque "nos recuerda que estamos vivos y que eso es un obsequio y un privilegio, no un derecho. Que debemos merecer la vida una vez que nos han premiado con ella", así como lo expresó Ray Bradbury en "Zen en el arte de escribir".

Y ejerciendo el privilegio de la vida y la posibilidad de la escritura, los autores reunidos en este libro niegan la aridez, la indiferencia y las otras maldiciones con las que carga Tunja y que el tiempo ha puesto en boca de Hunzaúa, su último cacique. Estos escritores hacen de la capital boyacense una ciudad fértil y generosa. Los une su condición de creadores, el pertenecer al Taller de narrativa "R.H. Moreno Durán", y haber nacido o vivido en Boyacá.

Esta publicación se debe a la herencia literaria que le corresponde a todo escritor del siglo XXI. Son cuentos contemporáneos, atrevidos, divertidos, y todos bien escritos. No se pretende nada más que presentar a los lectores lo que se está escribiendo hoy en Boyacá. Sabemos, con Bradbury, que "mientras nuestro arte no puede salvarnos de guerras, privaciones, envidia, codicia, vejez, o muerte, nos puede revitalizar en medio de todas ellas".  Que así sea.

 

 

La casa

Por Luis Antonio Rodríguez

 

Buenas tardes —saludamos.

—Buenas tardes —nos contestan ellos.

La llovizna, como ceniza gris, se acomoda sobre nuestras ropas. El camino, la cerca de piedras, los árboles, los guijarros, son nuestros viejos conocidos. Salvo el Buenas tardes dirigido a los ocasionales viajeros, el silencio modula nuestros pensamientos. El viento y uno que otro frailejón nos dan la bienvenida. Leves gotas heladas caen sobre nuestros rostros. Enfundado en su abrigo, él camina a mi lado.

—Llegamos —digo.

—Llegamos —afirma él.

Sin embargo, la casa queda todavía como a tres cuadras.

Las cuadras son, en la ciudad, una forma de medir las distancias. En estos lugares, en cambio, las distancias son una cuestión de tiempo. Y al tiempo lo miden los acontecimientos. Y en estos parajes en donde casi nunca pasa nada, acontecimiento es cualquier cosa: el chapoteo de nuestros pies, el temblor friolento de las hojas, el cercado de piedra que —de alguna manera— fracciona el tiempo en segundos, en minutos, en horas... en siglos.

La llovizna persiste. Una llovizna penetrante pero con casa al fondo, que la hace tolerable.

Nos parece que nada ha cambiado desde la última vez. Entonces también llovía. La llovizna empapaba los campos. El frío. Había gritos y risas y era otro el chapotear de nuestros pies descalzos en el barro del camino.

Nos frenamos. Por un instante recobramos nuestro espíritu de niños escondido largo rato en estos riscos, entre los pajonales. Las cabras, idénticas a aquellas cabras ágiles que nosotros correteábamos, mordisquean los arbustos que crecen aquí y allá. El silencio imprime su huella, otra vez.

Al fondo la casa de tejas de barro, con ventanas pequeñas, cuadradas y simétricas, con su corredor de baldosas rústicas, con sus columnas de madera inmunes a los años. Su chimenea, hace tanto sin humo, está sumergida en la niebla.

—Llegamos —digo.

—Llegamos —repite él.

Pero la casa queda todavía como a dos cuadras

Entonces la casa nos parecía enorme. No sé por qué no recuerdo mucho a nuestros padres ni puedo ubicarlos en la perspectiva de la casa. A mi lado, él permanece absorto. Dice:

—Yo sí recuerdo a mamá, en la cocina, junto al fogón de leña.

La nostalgia de la llama chisporroteando en el fogón, pone un poco de calor en mis manos. Evoco a mamá alimentando el fuego del hogar con su aliento cansado. Pero... ¿En dónde está papá? ¿Y la niña?

Ahora evoco a papá. La llovizna deja su ceniza gris sobre su abrigo. Es papá que regresa. Vuelve del pasado. Yo, a la derecha de nuestro padre y él a su izquierda, cada uno aferrado a una de sus manos. Lo miro y está contento. Es él, no hay duda. Es papá que regresa.

—Buenas tardes, chicos —dice.

—Buena tardes, pa... —hacemos cabriolas a su lado.

Yo y él, seguimos el compás de sus pasos y no cabemos en nosotros de la pura alegría.

—¡Qué nos trajiste, pa! —gritamos, al unísono.

Papá señala la casa, bajo la llovizna no puede enseñarnos sus presentes. Saltamos de alegría, correteamos a su lado, brincamos frente a él, apretamos sus manos y limpiamos las gotas de lluvia que empapan las mangas de su abrigo.

—Llegamos —digo.

—Llegamos —dicen papá y él, al unísono.

La casa, de todas maneras, queda todavía como a una cuadra.

El mismo duraznero y las mirlas picoteando el frío en las cerezas.

¿Invierno?, en estos riscos durante todo el año es invierno. Quizá por eso él y yo, tenemos un carácter huraño. Por eso las voces se quedaron congeladas en el tiempo. Por eso —y no por otra cosa — la voz de papá acompañó a la de él cuando dijo Llegamos. Por eso no voy a repetir que papá es sólo un recuerdo.

La casa no. La casa está allí, frente a nosotros. El jardín de frailejones, dalias, jazmines y otras flores, milagrosamente se conserva. Las hortensias moradas forman tupidas masetas a lado y lado del camino. La casa tiene nuestras voces pegadas a sus piedras. No las oigo, pienso. Y él, como dando respuesta, replica:

—Oigo las voces...

—¿Las oyes?

—Las oigo y las distingo con claridad. Tú, yo, la niña...

—Papá y mamá... —agrego, sin mucha convicción.

—Papá y mamá... —dice él y suena convincente.

Cuando llegó la niña, hubo algarabía. Papá estaba en casa. Era necesario que estuviera en casa ese día y, tal vez él, sabía medir con precisión el tiempo de los alumbramientos, pues siempre estuvo allí para nosotros, y para cuidar a mamá. Nos miró, nos alargó las caucheras y dijo:

—No vuelvan sin por lo menos una tórtola.

En la habitación del centro mamá se quejaba. Papá, sin agregar más nada, regresó a la habitación.

¿Tórtolas en estos pajonales?, habría que ir muy lejos. Pero las órdenes de papá no se discutían. Volvimos por la tarde, extenuados, pero con una tórtola cada uno. Mamá descansaba en el lecho, radiante. Su brazo derecho acunaba un pequeño envoltorio al que, desde entonces, llamábamos la niña.

Lo que dijo mamá, no lo recuerdo. Ella estaba muy contenta y bastaba. Entonces vino Encarnación y preparó la cena. Y volvió muchos días más, no recuerdo cuántos. Llegaba con sus pies descalzos llenos de lodo, aparecía de no sé dónde, no sé cómo. Las magias de papá.

—Las tórtolas serán para la cena de esta noche —dijo mamá.

—¿Recuerdas?, no comprendo cómo se te pueden olvidar unas palabras tan sencillas —dice él y agrega—: estuvimos alegres porque lo que habíamos cazado contribuía a la felicidad.

—Sí —dije yo, apenado.

Hubo algarabía en la casa. Las paredes nos lo cuentan también ahora, pero sus voces no se entienden. No importa, la algarabía no tiene por qué ser inteligible. Basta que la produzca la alegría. Y la alegría en la casa era notoria, como sólo podría serlo en estos riscos. Está grabada ahí, en el viejo y carcomido alféizar de la ventana.

Después de nosotros (los hombres no se quedan en casa, decía papá), la niña era una bendición.

La casa aparecía ahora en un primer plano. Los guijarros del camino se nos hacían cada vez más conocidos. No éramos nosotros, era la casa la que resistía en su lugar de siempre. Silenciosa, sombría. Mamá estaba allí, sentada en su rincón en la cocina. Atenta al crepitar de la llama y de cuando en cuando alimentaba el fuego. Papá estaba allí, sus canas hacían juego con las minúsculas gotas de lluvia sobre su abrigo. Padre y madre se miraban, no sabemos decir si con ternura o con tristeza. Las viejas baldosas del corredor reconocieron nuestras pisadas. Repitieron nuestros nombres. Recitaron nuestros adioses y nuestras despedidas. Recordaron nuestras ausencias y nos saludaron dejando escapar un chirrido que sonó bajo nuestros pies.

—Llegamos —digo, y ahora sé que es cierto, porque la casa está aquí, encima de nosotros, protegiéndonos como antes del frío y de la lluvia y del viento.

—Llegamos —dice él.

Padre y madre nos miran y con un gesto nos indican la habitación vecina. Cada adobe, cada grieta cuenta una historia, repite un grito infantil. Nuestras risas, los cuentos contados por papá y por mamá, los cantos de la niña.

Ahora recuerdo por qué estábamos allí. Todos, menos la niña. Ahora, al posar nuestros pies en la habitación que nos indicó el gesto de nuestros padres, siento el frío que se adueña para siempre de la casa y de nosotros. Allí está ella. Su ataúd atrapado por el silencio y la penumbra, apenas alumbrado por los cirios.

Recuerdo que la niña se quedó en casa con papá y con mamá, cuando nosotros nos marchamos (los hombres no se quedan en casa, decía papá). Pero ella se fue primero. Luego ellos. Nosotros no volvimos, hasta ahora. En realidad nunca volvimos y ahora, por supuesto, tampoco.

Sólo queda la casa.

 

Luis Antonio Rodríguez. (Junín – Cundinamarca, 1950). Narrador. Premio departamental para libro de Cuentos CEAB—2009. Seleccionado en la separata Para leer en vacaciones, Revista Cambio (diciembre 2009). Ingeniero Electrónico y de Telecomunicaciones de la Universidad del Cauca, Especialista en Telemática de la Universidad de Boyacá, con estudios de Filosofía y Letras en la Universidad Santo Tomás. Radicado en Boyacá desde hace varias décadas. Trabajó en la antigua Empresa Nacional de Telecomunicaciones de Colombia – TELECOM. Ejerció la docencia en varias universidades de la región, como la Universidad de Boyacá, la Universidad Santo Tomás y la Universidad Antonio Nariño. Forma Parte del Taller de narrativa "R.H. Moreno Durán" RENATA Boyacá.

 

 

Una paloma para Esther Seligson

Por Marco Antonio Campos*

 

esther_seligsonLa recuerdo como un resplandor en el mediodía de Jerusalén. Era la primavera de 2003. Yo daba un curso sobre Mito, historia y poesía en el México antiguo en la Universidad de Jerusalén.  Desde hacía tiempo ella vivía allí. Yo no la conocía personalmente. Por más que trato no ubico con precisión el primer momento cuando nos vimos, pero ese primer momento sirvió para hacer planes y conocer la Ciudad Vieja y el centro de Jerusalén, que ella, como el escritor y profesor de la universidad Nahum Megged, conocían como pocos, y como Nahum Megged, Esther tenía, pese a andar ambos en los sesenta años, unas piernas ligerísimas, unos pies de viento.

Fallidamente intenté caminar varias veces la Vía Dolorosa y una ocasión con Megged casi lo conseguimos... pero recorriéndola al revés. Empezamos por la Puerta de Jaffa, del barrio cristiano, en vez de la Puerta de los Leones, del barrio árabe. Como se sabe, la Ciudad Vieja jerosolimitana se divide en cuatro barrios: el árabe (no sólo el mayor, sino de una vívida animación constante), el cristiano (poblado sobre todo por árabes cristianos), el armenio (pequeño y silencioso, limpio y pobre, pero de una belleza melancólica donde parece haberse detenido el tiempo), y el judío (el más rico y modernizado y donde se halla el Muro de las Lamentaciones).

Un día de principios de junio Esther me telefoneó al hotel. "Ya tengo la ruta exacta", dijo. Amablemente me recogió, tomamos un taxi y entramos por la Puerta de los Leones. Ese año, el siguiente del inicio de la Guerra de Irak, en Jerusalén se respiraba alta tensión y alta violencia. Al guiar, Esther era extremadamente cuidadosa con sus acompañantes no judíos buscando evitar para ellos confusiones peligrosas, y llegaba al grado, como para hacer esa vez el trayecto, de colgarse una cruz en el cuello y desde luego ponérmela a mí.

Una a una fuimos recorriendo las catorce estaciones, es decir, cruzando de hecho todo el barrio árabe y buena parte del cristiano, e iba yo leyendo en voz alta al mismo tiempo las referencias en los Evangelios, y a mí me parecía vivir –no importa dónde empiecen en los Evangelios la leyenda o la realidad– aquella jornada de viernes de hace más de 2 mil años. Pausada, minuciosamente, hemos de haber recorrido la Vía en dos horas y media o tres. Para mí los meses vividos en Jerusalén fueron una experiencia única e irrepetible, y dos de esas experiencias inolvidables fueron la visita a la Galilea y el recorrido con Esther de la Vía Dolorosa.

Otra vez Esther me mostró rincones y vericuetos  del centro moderno de Jerusalén, el cual, desde entonces, ya no vi de la misma manera. Siempre tenía la delicadeza de llevarme un pequeño regalo cuando nos veíamos y una vez, cuando le dije que ya era inevitable que contrajera una gripa, me advirtió: "¡No tomes nada con química!" Me llevó unos productos homeopáticos; la gripe nunca llegó. Le gustaba pensar que tenía algo de hechicera.

Esther tenía una herida abierta –creo que nunca llegó a cerrarse– y fue el suicidio de su hijo, el cual buscó desahogar en un libro de poemas y en prosas breves. Era un tema que al tocarlo la hacía aparecer delicada y frágil. La corona de oro se volvía una corona de espinas.

Después de mi regreso de Israel a fines de junio  sólo nos telefoneamos pocas veces –de México a Jerusalén o viceversa o cuando venía a México– y la vi brevemente en dos presentaciones de sus libros: una, en la Casa Refugio en Ciudad de México, y otra en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Cuando una gente querida muere, se vuelven más tristes los desencuentros, los olvidos, la lejanía,y se piensa que se pudo hacer algo más y algo mejor por ella. La paloma de Esther se fue con el viento hacia el lugar de donde no se vuelve, pero queda en mí –quedará siempre– como un resplandor en el mediodía de Jerusalén.

*Poeta y ensayista mexicano

 

CARTAS DE LOS LECTORES

POR PETRO. Queridos amigos de Confabulación: Nogueira está confundido, no sabe bien qué pensar, y en consecuencia, no sabe muy bien qué hacer. Nogueira se explica: a él lo confundieron las encuestas y el desespero por la posibilidad de más uribismo, y creyó, pobrecito, que Mockus, cuya ola verde dio un poquito de oxígeno a nuestras conciencias (que no respiraban otra cosa que sangre y anhelo de sangre), representaba el cambio. Pero no: no era más que, precisamente, un poquito de oxígeno. Y efectivamente respiramos, sacamos nuestra cabeza por encima de la sopa de sangre que se nos ha servido y en la que hemos sobrenadado durante estos interminables 8 años, y en el respiro tuvimos tiempo de pensar, cosa que tanto parece gustarle a Mockus pero que evidentemente no hace con la frecuencia que se debe a un matemático y a un filósofo. Ahora que a su vez Mockus ha sacado la cabeza por encima de su ola verde, hemos visto su rostro verdadero. Nogueira, en su desesperación, había pensado que era mejor una derecha honrada que una derecha pícara, ladrona, asesina e impúdica, y quizás sea temporalmente menos peor, pero Nogueira está a punto de creer que es mejor una izquierda consecuente y honrada y humanista que una derecha con cualquier cara. Y por lo pronto Nogueira, con desgano pero con firmeza, votará por Petro en la primera vuelta, y blanco o abstencionista en la segunda. Pobre Nogueira. Pobre país, tan lleno de nogueiras, como el bueno de Eduardo Gómez. Lisandro Duque tiene razón: Mockus es otro candidato del uribismo. Tocó por Petro. Alberto Nogueira, Medellín.

***

CONTRA EPIGRAMAS Y MINIFICCIONES. Desde que la poesía se hizo epigramática se creó un caldo de cultivo para los farsantes. Desde que el cuento se volvió minificción inventamos otra forma del simulacro. Cómo volver a las formas tradicionales que permiten menos especulación y un mayor conocimiento o profesionalismo de los autores. Francisco Álvarez

***

LA OTRA CARA. Desde hace bastante tiempo recibo el periódico y siempre leo los artículos con mucho interés pues me muestran la verdadera cara de una realidad que la mayoría de los medios de comunicación esconden o ignoran. Aparte de hacerles llegar mi saludo especial les pido que continúen mostrando la otra cara de Colombia. Clemencia Calero

 

***

EL PELIGRO DE SANTOS. Con-fabulados: Los badulaques que trafican con Dios, como si fuera otra mercancía del gran supermercado en que se convirtió el mundo, los pastores de las iglesias cristianas que se han tomado a Colombia, y perciben unos místico-ingresos más que seguros, están con Juan Manuel Santos y oran como Dios manda para que Uribote –que es como se debería llamar a este individuo, tercera entidad de la triada que conforma el panteón uribista- , llegue al poder y pueda maniobrar a su gusto con las cortes, los fiscales, los procuradores y los millonarios. Estos haraganes y parlanchines quieren comprar al supremo. Aquí queda demostrado cómo son, qué buscan y en quienes depositan su fe. Que cosa tan poco sublime. Mario Iregui, Bogotá.

***

SOY VERDE, pero estoy de acuerdo con la fumigación con glifosato, soy verde, pero importa un bledo la contaminación que produce Transmilenio, soy verde, pero lanzo mis excrementos en la cara de quienes necesitan una buena atención médica, porque los "decretos de emergencia social son necesarios", Soy verde, estoy de acuerdo con el neo-esclavismo ¡Cuál reforma laboral ni que nada, pueblo bruto y borracho, trabajen¡ Gincy Zárate

 

 

 

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